San Juan de la peña es uno de los monasterios más importantes de Aragón y de toda España. Desde Jaca se le suele visitar en una excursión que incluye la visita a Santa Cruz de la Serós y sus monumentos. Este es un pequeño pueblo lleno de historia situado a 17 km de la ciudad. Dos iglesias reciben al viajero: la de San Caprasio, de estilo románico lombardo, se construyó en el primer tercio del siglo XI , dedicada a este santo galo-romano del siglo IV vinculado a los peregrinos que durante la Edad Media recorrían el Camino de Santiago y que probablemente trajeron su devoción a esta parte de Aragón. En 2004 fue declarada bien de interés cultural.
Pero si esta pequeña iglesia bien vale el viaje a pocos metros se encuentra la iglesia de Santa María, que en el siglo XI funcionó como monasterio familiar de la casa real, es decir que algunos miembros femeninos de la familia real ingresaban en la abadía mientras que otros la patrocinaban desde el exterior. Fue fundado por Ramiro I de Aragón, alcanzó su mayor esplendor durante la estancia de Doña Sancha, su hija, que ingresó como abadesa en 1070. Allí fue enterrada tras su muerte en 1095 en un espléndido sarcófago que actualmente se encuentra en el Real Monasterio de las Benedictinas de Jaca.
Pues las monjas benedictinas vivieron en el monasterio, del que solo se conserva la iglesia, hasta finales del siglo XVI. Tal era su importancia que le dieron nombre a la población “seros”, nombre derivado de “sores o serols”, la denominación de las monjas. En algunos objetos todavía resuena hoy el pasado esplendor de la abadía, como el evangelario que doña Felicia les donó y cuyas cubiertas de plata dorada y marfiles bizantinos se guardan en el Museo Metropolitano de New York.
Dejamos Santa Cruz por una sinuosa carretera y a escasos 8 km llegamos al Real Monasterio de San Juan de la Peña, lo primero que nos sorprende es su ubicación, está situado bajo una roca como a punto de ser sepultado por la misma, y por más veces que se observe uno siempre tiene la sensación de magia, de sentir que las leyes de la naturaleza se han detenido para proteger el monasterio de ser sepultado por la roca.
Su parte más antigua es una iglesia mozárabe prerrománica que consta de dos naves cubiertas por bóvedas de cañón y separadas por arcos de herradura sobre columnas. Las naves culminan en dos ábsides rectangulares excavados en la roca del siglo X, pero es en el siglo XI cuando el rey Sancho Ramírez lo cedió a los monjes benedictinos de la orden Cluniacense. Ellos serían los que construirían la mayor parte de lo que hoy vemos.
Un hermoso claustro con unos capiteles de influencia jaquesa ampliado posteriormente por otros 20 que tallaría el maestro de Agüero por los que obtuvo mucha fama y reconocimiento. Dos capillas parten del claustro, al norte la de San Vitorián, un estupendo ejemplo de la arquitectura gótico flamígera y que contiene decoración pintada del siglo XIII y al Sur la de San Voto y Félix que es de construcción posterior, en la que destaca su portada de estilo barroco realizada en el siglo XVII.
En la parte alta se sitúa el panteón de los nobles, en cuyos muros perduran numerosas inscripciones sepulcrales y notas necrológicas. También se halla el panteón Real, muy afectado por un incendio que tuvo lugar en 1675, tras el cual se remodeló en estilo neoclásico. En él descansan los restos mortales de los tres primeros reyes de Aragón, Ramiro I, Sancho Ramírez y Pedro I.
En este ambiente uno debería ser capaz de viajar en el tiempo e imaginar la vida de un grupo de monjes en medio de esas cumbres donde apenas da el sol, visitados a veces por reyes y peregrinos, de los que se cuenta que a veces salían y encontraban en las cercanías algún caminante que se había congelado o que herido había sido atacado por lobos y yacía muerto.
Don Miguel de Unamuno lo expresó así “la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes.”
Y ¿Por qué cuento esto? Una leyenda dice que el Santo Grial, la copa que Jesús utilizó en la santa cena, la misma en la que José de Alimatea recogió sangre de la herida de su costado ya en la cruz, estuvo aquí, en este monasterio. Se cuenta que el Papa Sixto II para protegerla se la confío al entonces diácono de Roma, San Lorenzo. Éste era natural de Huesca donde le llevó en el año 258 y allí permaneció hasta que en el 712, con el envite de las tropas musulmanas, el cáliz junto con otros tesoros, fue enviado a Jaca donde para que se custodiara en su catedral.
Un obispo jacetano, en el año 1076, cuando se retiró al monasterio de San Juan de la peña, decidió que sería un buen lugar para custodiar el grial. Años después, cuando los reinos cristianos recuperaron el control de la península ibérica, El rey Martín I lo llevó a Zaragoza y de allí el rey Alfonso V lo trasladó a la Catedral de Valencia en 1437 donde hoy sigue.
La leyenda podría ser en realidad una narración histórica, pues es más que posible que el cáliz que se conserva en Valencia sea la copa en la que bebió Cristo durante la última cena, y existen numerosos rastros que señalan que estuvo protegido en el Monasterio de San Juan de la Peña durante muchos años.
Salimos de esta joya y poco más arriba nos espera el nuevo monasterio. En 1675 se produjo un terrible incendio en el antiguo, tras lo que se decidió construir otro nuevo, situado en un llano llamado de San Indalecio y resultó una obra de gran nivel en el arte monástico moderno. Destaca la portada muy decorada con elementos vegetales y de grandes proporciones, sus dependencias muchas y amplias fueron bien distribuidas. Cuenta con 3 capillas que dedicaron a San Juan Bautista, San Indalecio y San Benito, fundador de la orden de San Juan de la Peña. Los monjes lo abandonaron en 1835.
Debido su gran deterioro se decidió acometer su restauración a mediados del siglo XX y aprovechando la hermosa construcción se decidió hacer un centro de interpretación y una hospedería. Un moderno espacio que con imágenes, proyecciones, esculturas y exposiciones hace que por un momento se pueda respirar el ambiente monacal que allí se vivió.
Todos estos monasterios están enclavados en un paisaje natural protegido llamado “De San Juan de la Peña y Monte Oroel”, un ecosistema de media montaña con una densa masa forestal mezcla de influencias atlánticas y mediterráneas y con gran número de rapaces que vuelan por sus escarpados montes.
Caminando no a demasiada distancia se llega a un mirador que tiene por nombre “Balcón de los Pirineos”, que decir la experiencia visual es maravillosa, un privilegiado mirador desde donde se dominan algunas de las cumbres pirenaicas más importantes, desde el Bisaurín al macizo del Monte Perdido, pasando por el collarada o el Midi d’Ossau. Nombres de cumbres que podremos descubrir con la ayuda de un gran panel de piedra.
Monasterios, leyendas, historia, naturaleza todo a un paso de Jaca.
Imagen: Miguel Ramón Henares
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