Sigiriya es uno de los monumentos más impresionantes de Sri Lanka y para muchos de los viajeros, el punto culminante de su viaje. El encanto que destila se origina en su naturaleza dual, como templo y fortaleza. Su visita también debe hacerse teniendo en consideración sus dos elementos principales, la roca y la explanada, así como la zona en la que ambas convergen.
Sigiriya, lo Roca del León en el lenguaje local, es una enorme roca de más de 370 metros de altura que se yergue altiva en medio de las llanuras del centro de Sri Lanka. Su forma y majestuosidad hacen pensar que desde tiempos primitivos fue considerado un lugar mágico por los primitivos habitantes de la tierra. Poco después de la llegada del budismo, hay noticias de que algunas comunidades de monjes se habían establecido en la zona, y que utilizaban algunas de las cuevas para el culto y la oración.
A principios del siglo V, el príncipe Kasyapa realizó una serie de maniobras políticas para intentar hacerse con el trono de Sri Lanka, se dice que mató a su propio padre y estuvo en guerra con su hermano, legítimo heredero, para intentar desbancarle del trono. Durante ese tiempo construyó un palacio y fortaleza en Sigiriya. Un grandioso palacio que, aunque apenas fue utilizado como tal durante poco más de 20 años, dejó una huella imborrable que aún se distingue hoy en día. Tras la derrota de este príncipe, el lugar fue entregado de nuevo a los monjes budistas, pero siendo su forma de vida completamente distintas a las de los reyes, muchas de las estructuras palaciales se fueron abandonando y cayendo en el olvido.
La visita de hoy recrea fundamentalmente la historia de Sigiriya, pues consiste principalmente en la visita de las ruinas del palacio (casi todo), y el templo (algunos vestigios). Las dos estructuras más llamativas del palacio son los jardines y la fortaleza.
Los jardines se extendían a lo largo de una línea de unos 300 metros, al interior de la muralla, hasta el pie de roca. La fortaleza se había construido sobre la cima de la roca. Entre la roca y los jardines, algunas ruinas y cuevas muestran todavía signos de su utilización religiosa.
El diseño de los jardines se puede ver claramente en la actualidad, tanto cuando se va paseando desde la entrada a lo largo de su eje central, como cuando se observan desde la altura de la roca. Consistían en tres partes: las piscinas y estanques, las rocas y las terrazas.
Tras pasar los muros externos e internos del palacio, a la derecha se ven los restos del Pequeño Jardín Acuático, en el que se distinguen los restos de tres pabellones y piscinas poco profundas. Tras él se encuentran tres grandiosos conjuntos de piscinas y estanques. El primero es el Jardín de Agua propiamente dicho, formado por 4 grandes estanques en forma de “L” y una isla central con las ruinas de un gran pabellón, ahora atravesada por el camino de visita. La existencia de escaleras desde los palacios a las piscinas nos indica que en ellas se bañaban los miembros de la familia real. Los restos de dos tronos en las esquinas NE y SW sugieren que el soberano disfrutaba desde allí observando a sus concubinas durante el baño. Tras las grandes piscinas se distinguen los restos de unos pequeños fosos poco profundos con suelo de mármol, que se cree tenían función decorativa.
A continuación se llega al Jardín de las Fuentes, con dos fuentes a ambos lados del camino, que también se usaban para bañarse. Más adelante hay restos de otras pequeñas fuentes, tal vez con función decorativa, así como de un estanque sobre el que se había construido un pabellón. El tercer componente de las piscinas y estanques rompe la simetría, pues consiste en una piscina octogonal a la izquierda y una cuadrada a la derecha. Además, mientras que las orillas del estanque octogonal son de piedra, las del cuadrado son de tierra.
La segunda parte del jardín, un poco más elevada, es llamada el Jardín de las Rocas. Consiste en una serie de rocas sobre las que se ven rastros de haberse construido salas y pabellones. A su lado se habían construido otros pabellones de madera. Se ha calculado que unos 60. Dada su proximidad a las cuevas y que sobre una de las rocas más grandes se encuentra la Sala de la Audiencia, es posible que en esta zona se desarrollaran gran parte de las actividades cotidianas en el palacio y luego en los templos. Las ruinas del templo están también en este área. A diferencia de la zona del agua, los componentes del Jardín de Rocas están a distintas alturas que se van alcanzando gracias a tramos de escaleras.
El monasterio estaba construido entre algunas de las rocas más grandes. Hoy solo se ve la marca de sus ruinas, y las cuevas donde se distinguen claramente restos de frescos con contenido religioso. Además se distinguen claramente los restos de la estupa, con una parte central cuadrada y otra redonda a su alrededor.
Las tres cuevas principales de esta zona son las de Deriniyagala (por el nombre de su descubridor), con pinturas parecidas a las que se verán más arriba, de damas de la corte en relación con el agua; la de la Cabeza de la Cobra, por su forma, con pinturas geométricas de carácter religiosos en su techo, y la de Asana, en la que se ve un trono y unas pinturas de figuras masculinas.
La tercera parte del jardín, el Jardín de las Terrazas, se encuentra más elevado y hacia la izquierda. Se suelen atravesar cuando se desciende de la fortaleza en lo alto de la cueva.
La segunda parte de Sigiriya es la roca del león propiamente dicha. Al llegar a su base el viajero ya habrá ascendido un 20-25% de la altura total, y dado que hay elementos importantes a distintas alturas, cualquier persona en mediana condición podrá llegar a las Garras del León, y la mayoría, con un poco de calma, hasta la fortaleza en la cima. La roca se divide en tres partes: la ladera de los frescos y el muro del espejo, las Garras del León, y la fortaleza en la cima.
Los frescos de Sigiriya se encuentran en una pequeña oquedad natural de la montaña. Consisten en 19 figuras femeninas bien conservadas y otras 4 casi borradas. Se sube a la plataforma donde están por una escalera de caracol y se baja por otra. Todos los frescos son de una temática semejante: figuras femeninas (los académicos no están de acuerdo si se trata de deidades, ninfas o cortesanas) con los pechos al aire, y tocados florales ofrecen frutos a un personaje que no aparece. Los trazos son claros, los rostros y cuerpos están perfectamente definidos. Hay un sentido de exuberancia que expresa también una pasión por la vida, no muy distinta de las alegorías primaverales del arte occidental. Y lo que es más sorprendente, se piensa que estos frescos son los últimos vestigios de las más de 500 figuras que en el pasado ocupaban 5.600 m2 de la superficie de la roca.
Al bajar de los frescos, se camina por un pasillo junto a la gran roca cuyas paredes estaban tan perfectamente pulidas que se llama “El Muro del Espejo”, pues antes de la invención del vidrio los espejos se habían puliendo piedras o metales. En este muro, a lo largo de la historia, los peregrinos y viajeros, fueron dejando grabadas sus impresiones al visitar tan sorprendente monumento. Es gracias a esas inscripciones que se sabe en la actualidad la pretérita extensión de los frescos. Pero otros viajeros expresaban sus impresiones de forma tremendamente poética con el resultado de que las más tempranas muestras de la literatura cingalesa se han descubierto grabadas en el Muro del Espejo. Claro que ahora el visitante sólo pasa ante el muro y es incapaz de descubrir los textos.
Otro tramo de escaleras nos llevará a la Garra del León. Antiguamente las garras y la cabeza del león formaban una especie de puerta que daba acceso a las escaleras que conducían a la fortaleza. El león estaba, como en muchos otros monumentos budistas y palacios, guardando la entrada a la fortaleza. Si uno se fija aún se puede ver alrededor de las dos garras gigantescas la huella en la piedra de la cabeza. Uno entraba literalmente por la boca del león, y continuaba por unos tramos de escaleras tallados en la roca hoy inexistentes.
La ascensión a la cima de la fortaleza se realiza hoy en día a través de unas escaleras metálicas ancladas en la roca, que permiten subir por un lado y bajar por otro evitando aglomeraciones. No es una subida especialmente dura, aunque esta parte ya no la podrán realizar todos los viajeros. En la cima, además de poder disfrutar de una vista impresionante de las tierras llanas alrededor de la roca, se ven claramente las huellas del palacio, entre las que se distinguen claramente tres estructuras: La fortaleza o palacio, en la que residía el rey, que contaba con dos pisos y estaba situada en la parte más elevada. Hacia el norte se encontraban otra serie de jardines y en ellos también había una gran piscina donde la familia real se bañaba, casi perfectamente conservada.
Al realizar la visita los extranjeros entran al recinto del palacio por la puerta oeste, donde se encuentran las taquillas y un pequeño museo. Continúan avanzando en dirección este, atravesando los jardines, hasta llegar a la roca. Tras bajar de la fortaleza (o de las Garras del León los que no hayan subido) una serie de señales van indicando el camino a la salida por la puerta sur. Ese camino da algunas vueltas para permitir la visita de la Sala de Audiencias, las Cuevas de la cabeza de la Cobra y la de Asana, las ruinas de la estupa y otros monumentos menores, antes de acabar en un pequeña plaza comercial y el aparcamiento.
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