Sólo por la presencia de Velázquez y sus cuadros ya merecería el Museo del Prado ser considerado una de las grandes pinacotecas del mundo, pues su obra destaca entre las de los demás pintores representados en este museo, y por otra parte la visita a este museo será necesaria y suficiente para conocer la obra del genial pintor sevillano.

En el Museo del Prado se conservan unos 48 cuadros de Velázquez, posiblemente no se da una cifra segura por problemas de atribuciones en algunas de sus obras menores. Esto supone que el museo cuenta con un tercio de todos los cuadros del artista, y lo que es más importante, que incluye todas sus obras maestras, y que todas ellas están en exhibición permanente.

El visitante no especializado puede perderse entre el lujo de los cortesanos y la fuerza que ilumina sus retratos ecuestres. De hecho, sus retratos de reyes, nobles y personajes de la corte, algunos de ellos magníficos y que se encuentran entre los mejores retratos de la historia de la pintura, arrojan a la vez luz sobre importantes aspectos de la vida y costumbres de la nobleza de la época. Cada uno de ellos ha sido objeto de detallados estudios, pero al viajera sólo un poco aficionado al arte tal vez le baste con disfrutar del retrato de Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo.

Mucho más fácil será disfrutar de otras de sus obras maestras, pues todas ellas comparten algunos elementos que actúan como magnetos que cautivan al viajero, será la luz que les confiere ese aspecto mítico, o las expresiones de los personajes que parecen representar sentimientos arquetípicos, las grandes obras de Velázquez proponen un viaje continuo entre el cielo y la tierra. Es por ello que sus obras han despertado la admiración de los expertos desde su propia concepción.

Las Lanzas, también llamado la Rendición de Breda, en la que se representa al Marqués de Spínola recibiendo las llaves de esa plaza del gobernador de Breda, es para algunos críticos de arte la obra más perfecta de Velázquez.

Los Borrachos, un contraste desenfadado a la seriedad de los rostros guerreros, que muestra a algunos bebedores coronando con pámpanos y yedra a dos de sus camaradas, ha tenido algunos admiradores que se podrían casi considerar fanáticos.

La Fragua de Vulcano es una reinterpretación personal de la mitología, en el que se representa de forma sencilla y realista el taller de un herrero. Comparable en la maestría con la que el pintor consigue describir el momento, paralizar la vida de sus personajes para convertirla en un instante único, universal, una descripción bella y arquetípica de una actividad, son Las Hilanderas, que describe el interior de una fábrica de tapices, actividad muy importante en la época.

Pero posiblemente sea en Las Meninas, el más famoso de sus cuadros, considerado por Luca Giordano una “teología de la pintura” donde las cualidades de Velázquez brillan en más alto grado. Un fruto de su última etapa como pintor, la obra esta investida de una aire naturalista sin  precedentes.